Enrique P. Osés junto a Juan Queraltó (foto de 1940) |
Enrique P. Osés, fallecido en
diciembre de 1954, fue uno de los pioneros del nacionalismo argentino. Hombre formado
y proveniente del catolicismo, supo fundar diarios, periódicos y revistas. Fue
Director y Redactor, hombre de pluma y batalla. Denunció a los cuatro vientos
los males del país y cuestionó como nadie la impostura liberal que predominó desde
la caída de don Juan Manuel de Rosas.
Transcribimos un famoso discurso
pronunciado el 16 de septiembre de 1940. En esta verdadera pieza oratoria se
vislumbra el hombre consagrado, el combatiente y el líder de una muchedumbre de
jóvenes que pugnaban por una nueva Argentina.
QUE IMBÉCILES PLUSCUAMPERFECTOS
¡Qué imbéciles pluscuamperfectos,
los que desde hace ya años, y con una saña que va centuplicándose a medida que
se les acerca el fin, se han dado a la tarea de perseguirnos, de bloquearnos,
de amontonar obstáculos, en el inútil empeño no ya de contener, sino tan sólo
de retrasar, la obra de esta generación argentina, uno de cuyos extremos va
alcanzando la madurez, mientras el otro, sienta en la cara el cosquilleo de la
primera barba!
¡Qué imbéciles pluscuamperfectos,
camaradas y amigos, los que, desde sus todavía poderosos bastiones, entre
chillidos histéricos, entre ladronadas de matasiete, o entre disimulados gestos
de fariseo, nos quieren amedrentar, de palabra o de hecho, como si un torrente
pudiera detenerse ante unas piedras, y no fueran, precisamente, las piedras que
va acumulando el torrente pudiera detenerse tras de sí, y llevándoselas
consigo, las que hacen más dura, más terrible y más inexorable la avalancha.
Nos matan a un joven de veinte años, hace ya seis, Jacinto Lacebrón Guzmán, y
de ese joven han hecho un arquetipo de la juventud nacionalista.
Nos asesinan a mansalva un hombre
F. García Montaño, recién graduado, y otro muchacho, Julio Benito de Santiago,
allá en los patios de la
Universidad cordobesa, y en cambio de esas dos vidas preciosas,
nos han devuelto dos modelos inolvidables, dos ejemplos perennes de fe, de
valor sereno, y de irreductible voluntad de vencer.
Nos echan de sus modestos
empleos, por el pecado de ser argentinos a decenas y decenas de camaradas, nos
aprisionan por una gresca callejera, por un viril puñetazo en el rostro o un despreciativo
puntapié en las nalgas, a racimos de muchachos cada vez que hay que salir a la
calle a gritar ladrones a los ladrones, y de cada niño, de cada joven, de cada
hombre así perseguido, nos hacen un soldado del movimiento liberador que
aprieta las mandíbulas y se come los puños en una santa rabia, llena de
esperanzas.
¡Qué imbéciles pluscuamperfectos,
camaradas, los que creen que ni un proceso judicial, ni cien, ni una bala, ni
mil, podrán ya nada, absolutamente nada, contra quienes ayer fuimos apenas un
centenar escaso de ilusos, y hoy somos millares y millares de hombres
desparramados por el suelo de la
Patria , y unidos por una común solidaridad de voluntades y
propósitos, dispuesta a todo para que sobre esta caduca institución
política-económica-social, se eleven los primeros cimientos de una Patria
libre, de una Patria soberana de sus destinos, de una Patria digna, temida y
respetada por todas las naciones, todos los pueblos y todas las razas del mundo.
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