Aquel General de la Nación que avanzó sobre
Buenos Aires en la madrugada del 6 de septiembre de 1930 apenas contaba con
hombres para hacerlo. Pero tenía algo más que una carrera a preservar o un
legajo destinado a no mancharse. Tenía grandes probabilidades de fracasar, pero
arremetió con los obstáculos. Su recuerdo está asociado a planteos muy polémicos
y el término de “fascista” es el acuñado por quienes gustan de la propaganda y
la acción psicológica por sobre la historia. Si hubiera sido fascista, en el
real significado del término, otra hubiera sido la Argentina a partir de su
Gobierno Provisional (1930-1932). Sin embargo traía consigo una inquietud: el
país debía enfrentar reformas, cambios profundos, sacando del medio aquellas
seudo-instituciones que reunían las lacras de un régimen cada vez más
decadente. No lo vio todo, era hombre de su tiempo, pero tuvo la entereza de avizorar
algunas cuestiones que extractamos brevemente de su Manifiesto al Pueblo.
“Un solo interés nos ha
movido: el de la Nación. De
ahí que los intereses de los partidos, por respetables que sean, deben
subordinarse al interés superior”
“Colocados por encima
de los partidos, tenemos un pensamiento político que no pretendemos imponer
pero que estamos en el deber de hacer público para que se lo considere y se lo
discuta”
“Cuando los
representantes del pueblo dejen de ser meramente representantes de comités políticos
y ocupen las bancas del Congreso obreros, ganaderos, agricultores,
profesionales, industriales, etc., la democracia habrá llegado a ser entre
nosotros algo más que una bella palabra”.
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